Eran cerca de las 9.30. La piel sentía el calor y los rayos del sol también hacían lo suyo para marcar presencia. Si había que estar en un lugar para esperar a la caravana dakariana, no era precisamente el que eligió Rafael Escobar. Estaba trepado a un cartel indicador de unos 10 metros de altura. “De acá veo todo”, comentaba desde las alturas.
Escobar nació hace 64 años en Colalao del Valle y se radicó en Buenos Aires, pero siempre vuelve a su tierra. Escalar la estructura requería toda la libertad de acción posible. Sólo portaba su celular. “Subí, es fácil”, pegaba el alarido de invitación. El diálogo iba gradualmente en ascenso porque a lo lejos se escuchaba cuando se acercaba algún camión de asistencia, las máquinas más ruidosas de la caravana que borraban el silencio de la ruta. La indicación incluía la sugerencia de subir por la parte en diagonal del cartel. Justo en ese momento una camioneta de Gendarmería paró para pedirle a Rafael que se bajara. Minutos después hizo caso porque ya tenía las imágenes que guardará. “Me jubilo y vuelvo a la montaña”, reveló el caballero, que quiere ver más Dakar en su tierra.